La necesidad de este proyecto era la ubicación de una escalera en el espacio que los propietarios indicaron al estudio Piano Piano. Dos apartamentos de 1935, hasta ahora separados, en el que iban a volver a habitar. Los propietarios no querían una escalera estrecha, pues le gustaba la idea de que ésta fuese casi tan cómoda como la que tenían en la casa que poco antes habían dejado en Detroit. Desde el primer momento tenían claro que una escalera de caracol no era lo solución que consideraba idónea para este lugar. Y ambos coincidían en que querían una escalera ligera. El aparentemente insignificante gesto que supone abrir un hueco en un forjado y colocar en él una escalera, se convirtió en un proyecto que tenía que pensar y definir los espacios que rodearían la escalera.
Esta intervención de conjunto iba a permitir cambiar y mejorar las actividades cotidianas de la casa y dar respuesta a una multiplicidad de objetivos que iban más allá de sumar dos espacios; la escalera iba a ser el soporte de las microcostumbres de la familia. Una cocina que antes contaba con poco más de tres metros cuadrados iba a ampliarse sustancialmente y a fusionarse con el comedor, éste a su vez enlazaría con la escalera, que al mismo tiempo lo haría con una estancia compartida entre los juegos de los niños y la lavandería, también nueva. Todos los espacios, antes muy fragmentados, se iban a convertir así prácticamente en uno. Y la escalera, el intersticio o la grieta entre las dos plantas, no iba a actuar como mero espectador, sino que al acoger vida en ella se erigiría en el elemento facilitador del dinamismo entre ambas.
El trayecto lo completaría la calidez de la madera y la ligereza de los redondos y las pletinas que acompañaban en la suavidad de la curva en el ascenso y descenso de la escalera. Un proyecto de gestos sencillos, de detalles, de pocas cosas bien dispuestas y bien ejecutadas por los distintos oficios. Un albañil que realizase la parte sucia, pero tan significante y necesaria como lo que suponía abrir el forjado y su aporte de aire y luz. Un herrero que trasladase a la realidad la sinuosidad y la idea metafórica del dinamismo y la levedad. Y en una última fase, el solícito trabajo que evocaba a tiempos pasados de la forja, incluso recuperando piezas de derribo para conformar los antepechos; el cuidadoso empeño del carpintero que aportase la calidez de la madera de roble y la labor precisa de un marmolista.
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